La participación es sin duda la base de cualquier sistema democrático, aunque lamentablemente la democracia de la delegación y de la representación han reducido la participación ciudadana a su mínima expresión: el voto. Concebir la educación y los procesos educativos, sin tener en cuenta la participación de todos los agentes implicados en este proceso, es partir de un anacronismo obsoleto que impide avanzar en la mejora cualitativa de la educación. En pleno siglo XXI, y en plena eclosión de la llamada sociedad de la información y de la comunicación, no podemos ni debemos obviar la importancia de la participación como estrategia de mejora permanente de la calidad educativa. En la medida en que fomentemos la participación de todos los agentes educadores se puede avanzar hacia la consecución de metas y objetivos cada vez más exigentes, justos y solidarios. Pero además, todas y todos tienen derecho a participar en la toma de decisiones, es decir, en el qué, cómo, cuando y para qué enseñar. La cultura de la delegación y de la representación democrática se convierte por definición en un obstáculo que dificulta, cuando no impide, una participación real y democrática por parte de toda la comunidad educativa, empobreciendo las aportaciones al proceso educativo, dificultando su comprensión y consecuentemente, limitando la credibilidad y aceptación de las diferentes políticas educativas. Así pues, podemos convenir que la participación es un elemento clave para el éxito de cualquier política educativa concebida dentro de los parámetros de una sociedad realmente democrática.
Una vez aceptada la importancia y la necesidad de la participación, habría que definir que entendemos por participación y cual es su finalidad. Si partimos de la base de que ésta debería servir para implicar e ilusionar a todos los agentes educativos en el proceso educativo y en la consecución de los objetivos propuestos, debemos convenir que resulta difícil conseguir una auténtica implicación sin una participación real en el proceso de toma de decisiones. En la medida en que participamos en la toma de decisiones y en el establecimiento de metas y objetivos, nos sentimos vinculados y comprometidos (ilusionados, ¿por qué no?) en su consecución. Así pues, si pretendemos una implicación real debemos apostar por una partición real en la toma de decisiones, pero
¿cómo hacerlo? ¿cómo canalizar este proceso? ¿cómo podemos concretarlo?
En mi opinión es una de las bases de la educación ya que para motivar a los alumnos los maestros son un modelo, en muchas ocasiones a seguir. La participación para cualquier actividad del centro debe de ser aceptada por todo el profesorado y en el que se impliquen todos para poder ser un gran maestro, ya que un maestro o profesor que no quiera participar esta perdiendo un valor muy grande dentro de su educación y su formación.
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